Nueva York en los años 30. A medida que los problemas crecen con sus pendencieros padres, su hermano gánster y la joyería de la familia, Bobby Dorfman siente que es el momento de cambiar de escenario. Así que decide marcharse y probar fortuna en Hollywood, donde su tío Phil, un poderoso agente, lo contrata como chico de los recados. Allí pronto se enamora, pero la chica en cuestión tiene novio. Comienzan así una amistad, hasta que un día la chica llama a su puerta y le cuenta que su novio ha roto con ella. De repente, la vida de Bobby da un giro muy romántico.
La representación del fatalismo
Javier Ocaña 25 AGO 2016 - 12:18 CEST
Ya no se hacen películas así. Y eso, a pesar de su puntualidad anual, convierte a Woody Allen en un director único.